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A priori puede resultar contradictorio un artículo acerca de un músico en un blog que apenas unos días atrás inició su andadura con una declaración de intenciones claramente a favor de la literatura, pero si ese músico es Nacho Vegas podemos tomarnos una licencia.

Nacho Vegas es uno de los cantautores más reconocidos del panorama musical español. Como bien indica el término cantautor, el músico escribe las letras de las canciones que luego canta con más o menos maestría; pero como esto no es un blog de crítica musical, no indagaremos en cuestiones estilísticas y totalmente subjetivas acerca de si nos gusta o no nos gusta su música, su voz o la producción de sonido de sus trabajos discográficos.

Este artículo es para reivindicar la poesía que hallamos en sus canciones. Influenciado por Bob Dylan, Leonard Cohen o Nick Drake, Nacho Vegas cuenta con una extensa obra musical con más de setenta canciones a sus espaldas. Buscar y encontrar un nexo común en todas las canciones es, quizás, imposible, aunque de los muchos temas, lugares, sentimientos y angustias reflejados en sus letras, me atrevo a destacar un motivo recurrente: el fuego. Otra persona podría sacar cualquier otra imagen que evocan sus canciones, pero a mí no dejan de parecerme curiosas las abundantes referencias al fuego que hay en sus letras.

Publicado en el año 2003, el EP Canciones desde palacio arranca con la Canción de palacio #7, donde ya encontramos la metáfora que se repetirá una y otra vez a lo largo de toda su obra:

Y si hay un fuego aprenderé a arder.
Y si empiezo a arder aprenderé a apagarme. 

Dentro del mismo trabajo, en la canción En la ardiente oscuridad Vegas ya nos advierte que el calor de un fuego escondido lo abrasa:

Y tuve que entender
que aún hay otra luz que queda cuando en mí se pone el sol,
y ahí estoy, en la ardiente oscuridad.

Ese mismo año, Nacho Vegas publicó su segundo álbum en solitario, Cajas de música difíciles de parar. La canción Stanislavsky incluye los siguientes versos:

Hoy me encendí al anochecer,
tendré que limitarme a arder
hasta apagarme.

¿Por qué se empeñará Vegas en encenderse y apagarse como una vela? Tal vez algún día podamos preguntárselo y salir de esta duda. Mientras tanto, analicemos su obra. Dos años después, en 2005, publicó el EP Esto no es una salida. De este trabajo destaco Mi Marilyn particular, una canción de amor/odio con sexo, drogas y hogueras:

Me podrían apalear, podrían quemarme en la hoguera,
hacer de mí lo que ellos quieran,
pero sólo yo sé la verdad,
y la verdad es que sí, yo, yo te he querido, Marilyn.

En 2006 el cantautor publicó un disco con Enrique Bunbury titulado El tiempo de las cerezas. Dos canciones son testimoniales. La pena o nada nos presenta el fuego, el calor y las llamas como sinónimo del amor:

Pero aunque ahora dan fuego,
o brille en el cielo el sol,
sólo son tus dos ojos
los que a mi vida traen luz y calor.

Mientras que en El cazador encontramos, de nuevo, el fuego que acompaña a la soledad:

Logré nacer un mes de enero,
tarde ya para el calor.
Me convertí, invierno a invierno,
en un torpe cazador.

Y así partí, y tú habías jurado
ir conmigo hasta el final.
Tardé en llegar algunos años
y algunos más en regresar.

Completamente solo,
bajo un sol abrasador,
grité al perderlo todo
y no reconocí mi propia voz.

Dos años después, en su trabajo El manifiesto desastre, con Junior Suite nos vino a decir que…

Y ahora todo está negro
y te puedes oír respirar,
está ardiendo esta oscuridad.

Es decir, una metáfora ya utilizada: la oscuridad abrasadora. Pero no solo la oscuridad arde para Nacho Vegas. También el silencio. En Mondúber, la letra aporta esta dimensión:

El silencio está ardiendo,
nos asfixia el calor,
no me pidas que te hable
de lo que aún no he tratado con Dios.

¿El fuego como una metáfora del mundo de las drogas? ¿O simplemente fuego como metonimia del infierno personal por el que pudo atravesar el músico? Año tras año y con cada nuevo trabajo Nacho Vegas repite en sus letras este recurso hasta llegar a su último gran trabajo, La zona sucia, publicado en 2011. Y es en esta obra donde encontramos más metáforas relacionadas con el fuego. La canción Perplejidad dice:

Dime, pues, ¿dónde estabas tú cuando a lo lejos vi una humareda
como si estuviera ardiendo nuestro amor en algún lugar?

En Cosas que no hay que contar:

Donde hay cenizas hubo un fuego
y yo mataría por volver a arder.

Y, por supuesto, la canción cuyo título lo dice todo, Incendios:

Y ahora dime amor, dime amor
si estás ardiendo
y si es que puedo aliviarte yo.

Podría finalizar el texto resumiendo que las canciones de Nacho Vegas acusan de una pobreza poética, pero no. Es solo uno de los muchos temas que aborda en sus canciones: su familia, su ciudad, sus amores, sus adicciones, pero también su fuego. ¿Qué nos depararán sus futuras canciones? ¿Tomará un giro y se decantará por describirnos el frío de su ciudad natal, el frío de su aislamiento o el frío lado de la cama tras una ruptura? No lo creo; el calor y el fuego seguirán ahí, titilando en sus versos.

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